Pues sí. La visita este sábado de Benedicto XVI a Santiago ha resultado tener muchas más sombras que las esperadas. Y la razón, en mi opinión, es básicamente una: desde el primer momento se repitió hasta la exasperación que la ciudad se iba a colapsar. Esto ha provocado la huida y el refugio en sus casas de los compostelanos (y alrededores), con párkings más vacíos de lo habitual y zonas de la ciudad realmente solitarias. Lo mismo se puede decir del resto de posibles visitantes. Además, ha provocado que la hostelería se hiciese con más suministros de los habituales, con lo cual en muchos sitios se ha llegado hasta las pérdidas. Porque desde apenas dos días después del anuncio del Papa se dijo que los hoteles ya estaban llenos, que la gente fuese a Santiago en transporte público... y finalmente tenemos hoteles en niveles normales y la ciudad con poco tránsito.
También ha influido en la sensación de fiasco las altas expectativas que se llevan anunciando meses, y que han contribuido a la sensación de colapso inminente. Eso sí, todo esto ha redundado en que media Galicia ha visto la visita por televisión: la TVG tuvo un 35% de audiencia durante 14 horas, dicen en Vertele. Se habla, a falta de cifras oficiales del número de visitantes, de que llegaron una quinta parte de los autobuses previstos, por ejemplo. Que como número absoluto es magnífico, pero al lado de las expectativas sabe a muy poco.
Y como una causa más señalaría una visita mal organizada para multitudes: realmente si no te colabas entre los privilegiados del Obradoiro o de la Catedral apenas verías al Papa dos o tres segundos; y definitivamente no valía la pena venir hasta Santiago para ver la misa en una pantalla de las instaladas por la ciudad cuando la señal es la misma que en el televisor de casa. El Obradoiro es precioso, sí, pero si la visita hubiese incluido algún acto en sitios más grandes como el Monte del Gozo la cosa sería distinta. Y, no me cansaré de repetirlo, si no se hubiese asustado a la gente con el colapso no se hubiera provocado el efecto disuasorio que se ha provocado. Yo soy la prueba viviente, se puede leer en la entrada de la semana pasada: el sábado, aun siendo el cumpleaños de Andrea, ni nos planteamos quedar porque por todas partes se hablaba de que no se iba a caber en la ciudad.
Además, el hecho de compartir la visita con Barcelona ha provocado ciertamente que el ojo de Sauron (permitidme el símil) se posase más sobre esa ciudad: se ha hablado más de ella, infinitamente, y ni los reyes ni el presidente del Gobierno se han dignado a acercarse a Santiago aún siendo el primero de los destinos (mandaron a los Príncipes y al vicepresidente).
En el lado positivo, que también lo hay, y uno muy grande: en primer lugar, el prestigio internacional, pero sobre todo nacional, que supone esta visita; en segundo lugar, el que Santiago abriera noticiarios y periódicos en medio mundo; y en tercer lugar, los beneficios indirectos que la visita lleva trayendo desde que se anunció, y que no pararán ahora. Sigue siendo un honor recibir al Sumo Pontífice en Santiago. Eso sí, grandes beneficios, pero empañados por unas expectativas demasiado altas que no se han visto cumplidas.
Actualización 22:13: Se me olvidó comentar el gran ejercicio de cooperación institucional que ha supuesto. Y acaba de salir en Vertele la noticia de que la publicidad gracias a la visita del Papa a Santiago y a Barcelona equivale a 66'5 millones de euros invertidos en ese campo. Ya se me irá ocurriendo algún aspecto más de la visita que no haya comentado. Por cierto, interesantísimo artículo en La Voz de Galicia de Xosé Luís Barreiro, aquí.
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