El bote de chucherías

Hace unos meses fue el cumpleaños de mi hermano, y viendo alguno de los regalos que han circulado entre nosotros en los últimos meses, me pidió un bote de chucherías. Así que allí estaba yo en mi casa con el bote más grande que encontré en los chinos y con un porrón de euros en golosinas. Fácil: golosinas al bote, regalo listo.

¡Ah, bendita ignorancia! Justo cuando iba a esconderlo reparé en el flamante código de barras que estaba pegado en la tapa. Y claro, no podía ser. Tras fracasar intentando quitarla con la uña, decidí acudir al amplio abanico de potingues que es el cuarto de baño. Pero ¡ja! El pegamento de los chinos debe ser el que usan en la NASA para los bichillos que mandan a Marte, porque sino no me lo explico. ¡Madre mía!

Agua en toneladas industriales. Jabón a manta. Consigo arrancar lo que es papel, pero la capita de pegamento pringoso aún persistía. ¡A por el armamento pesado! Alcohol etílico. Si no se va con esto, apaga y vámonos, pensé. Pues ale, ya podía ir yendo hacia el interruptor, porque nada. Más agua. Más jabón. Más alcohol. Champú, gel, acondicionador, dedo hurgando en la masa pegajosa. Sólo conseguí que en vez de un cuadradito la cosa fuera amorfa, pero sus propiedades se mantenían invariables: cuando presionaba un poco con un trozo de papel higiénico, allá se quedaba la mitad. Y más agua, más jabón, más alcohol, más colonia; en definitiva, más de todo lo que encontré por allí.

Conclusión: eso no es normal. Al final aún quedó algo pegajosa la tapa. Y no es normal.